Uno de los libros que, a casi
todos los que estudiamos Biología nos ha influido, es “El Pulgar del Panda” de
Stephen Jay Gould. En él se explica que el tiempo que vivimos los mamíferos
viene marcado por el reloj de los
cardiomiocitos, las células musculares del corazón, desde que comienzan su
contracción rítmica en el estado embrionario. Unas ecuaciones matemáticas
revelan que la frecuencia cardíaca y el tamaño del cuerpo se relacionan
inversamente, es decir, animales pequeños con una frecuencia cardíaca alta
viven menos que animales grandes que presentan una frecuencia cardíaca más
lenta. En esencia, vivimos lo que marcan nuestros corazones, teniendo en
cuenta, claro está, únicamente este factor. Afortunadamente en el caso del ser
humano no es así. Un animal de tamaño parecido al nuestro vive alrededor de
treinta años y nosotros, en la mayoría de los casos, bastante más.
Pero el concepto de la duración
del tiempo, la percepción del paso del tiempo es diferente en uno mismo según
el momento de la vida en que estemos y distinto de unas personas a otras.
Hay periodos en las que el tiempo
parece transcurrir con una lentitud desesperante y otros en que se nos escapa
literalmente de las manos ¿Qué sucede en nuestro cerebro?
Por un lado tenemos un reloj
interno que nos informa,
aproximadamente, de la hora del día en que nos encontramos. La respiración,
temperatura corporal, el ritmo cardíaco… varían según los ritmos circadianos (del
latín circa diem , un día aproximadamente); estímulos externos se encargan de
dar cuerda a nuestros relojes internos. El más cotidiano es la luz. La
percibimos a través del ojo y estimula al hipotálamo que comunica con la glándula
pineal (el llamado tercer ojo, situado en la base del cuerpo calloso, conectado
con la retina) y produce melatonina, hormona que contribuye a mantener la
regularidad de nuestro ritmo. La cantidad de melatonina segregada varía con las
estaciones (a más luz más actividad), induce el sueño a los animales diurnos y
la actividad en los nocturnos.
Además de los relojes internos y
de la influencia de nuestro tamaño, al hablar del tiempo usamos el lenguaje del
espacio y del movimiento, la percepción del tiempo es esencial para estructurar
nuestros movimientos. Primero un movimiento y a continuación otro, cuando hemos
terminado el primero. El cerebelo controla los movimientos que hemos
automatizado, pero las redes neuronales que controlan los movimientos no automatizados
son muy complejas.
Junto con el reloj interno y el
movimiento, la percepción del tiempo se encuentra muy ligada a la emoción que
sentimos en cada momento ya que las respuestas automáticas son inseparables de
los estados emocionales: el aumento del ritmo cardíaco y respiratorio ante un
peligro, el nudo en la garganta antes de hablar en público…
La Neurosicología dice que al
menos dos propiedades de los estímulos emocionales pueden modular la percepción
del tiempo: la primera es la excitación que nos provocan (aumento del ritmo
cardíaco) que, presumiblemente,
incrementan la consciencia del paso del tiempo, la segunda es la capacidad de
los estímulos emocionales de captar nuestra atención de modo natural. La
dopamina (neurotransmisor producido en el hipotálamo) modula los procesos de
atención que se ubican en la corteza pre-frontal siendo ésta responsable de la
regulación consciente de las emociones. Es importante porque solo cuando
prestamos atención somos capaces de juzgar con exactitud la duración de un
intervalo de tiempo. Los niños que padecen trastorno por déficit de atención
con hiperactividad tienen problemas para estimar la duración de intervalos
temporales.
Pero la capacidad de ser
totalmente consciente de uno mismo se ha identificado como clave para la
estimación del tiempo.
Nuestros recuerdos se acumulan
curiosamente en ciertos periodos de la vida: se conoce como el pico de
reminiscencia y se sitúa entre la segunda y la tercera década de nuestra
vida. Es adaptativo que así suceda, porque
esa capacidad de almacenar recuerdos es imprescindible en nuestro aprendizaje
para manejarnos en el mundo cuando somos jóvenes.
Sea como sea el proceso del
tiempo, cada vez que sentimos que el tiempo vuela, podemos parar y escuchar el
latido de nuestro corazón… nuestro tiempo no ha acabado, seguimos teniendo
tiempo, que lo sepamos utilizar, ya es otra cuestión.
Carmen Fabre.
Información: Artículo de Carmen
Agustín en REDES.
“El pulgar del Panda” Stephen Gay
Gould.
“Douwe Draaisma”.